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Llegamos a Denia tras cuatro horas de carretera y autopista. Cristina nos esperaba en la entrada del puerto deportivo para abrirnos la barrera y poder aparcar dentro, haciendo el traslado del material lo más cómodo posible, gracias a la cercanía al barco y una carretillas que aguantaron el abusivo peso del equipo que preparamos para el viaje; Bibotella, etapas, laterales… impedimenta que nos permite disfrutar del mejor entorno con el máximo confort y seguridad.

Pasando la una, con todo el equipaje estibado, la tripulación y pasaje presentada, dejamos atrás el puerto de Denia y nos abrimos a mar.

La borrasca había pasado, el viento no hacía acto de presencia y obligó al buque a desplazarse a motor si queríamos estar al amanecer en la isla; Pero un mar de fondo de lejanos temporales nos recordaba que no pisábamos tierra.

Nos dispusimos a dormir en los cómodos camarotes. Nuestra posición en proa nos hacía más vulnerables a los cabeceos, pero el buen hacer del patrón suavizó en lo posible la navegación y disfrutamos de un descanso apacible. Un par de pantocazos me despertaron y, como recién nacido en cuna, me volví a sumergir en el mar del sueño mecido por nuestro Mediterráneo.

Mientras los afortunados descansábamos, Jesús mantuvo rumbo firme 100º para que, al levantarnos tuviésemos la gracia de disfrutar del perfil de Formentera.

Fondeamos en Cala Sahona, a refugio, mar en calma, para montar equipos y prepararnos para la que sería la primera de varias inmersiones espectaculares y, una vez todo en orden, ponemos rumbo a Punta de La Gavina.

Inmersión relajante, toma de contacto, grupos cerrados y guía con amplio conocimiento de la zona. Planeamos por praderas de Posidonia con Nacras escondidas en el tupido verde, fauna característica del momento del año y éstas aguas, túneles tapizados de falso coral y pólipos, bonitos contraluces y disfrute como niños.

Es un recuerdo que guardo grabado a fuego en la memoria, las enormes Pinna Nobilis que poblaban nuestras praderas de Posidonia. Lamentablemente faltaba un año para que empezase su casi extinción y nuestra colaboración y el trabajo de muchos científicos para evitar que desaparezcan. Puedes saber más sobre el proyecto Nestor en el apartado Proyectos

Al salir, Jesús ayuda diligente a los buzos a subir a cubierta, recoge etapas y botellas laterales y facilita la tarea de pasar del estado ingrávido al castigo de la gravedad con los muchos kilos que cargamos encima. Para rizar un poco más, un refresco nos hidrata justo cuando nos sacamos el equipo. El cielo en la tierra.

El rugir del compresor para poner las botellas a punto rivaliza con el rugir de nuestros estómagos, que aplacamos con una buena comida en cubierta, agradable sol en el rostro e inmejorables vistas: Restaurante de excepción. Avisaron que no faltaría comida ni bebida, los kilos que he traído de vuelta a la península lo atestiguan. Pocas veces un intervalo de superficie puede ser más agradable que los que disfrutamos a bordo del Beluga.

Una vez cumplidos los tiempos, cargadas las botellas y preparado el equipo, tomamos rumbo a nuestra siguiente parada: Es Banc.

La inmersión, parecida a la anterior, hace olvidar las sensaciones y paisajes vistos, acaparando toda la memoria la presencia del primer San Pedro que veríamos en los próximos días. Con su comportamiento característico, tranquilo, pausado, como luciendo en pasarela, se deja fotografiar y al rato decide seguir un camino diferente al nuestro.

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Distribuimos botellas en sus alojamientos, trajes y demás parafernalia como un expositor a lo largo de los más de 15 metros de eslora del buque y nos disponemos a recargar combustible en Port de La Savina. Aprovechamos para pisar Formentera, visitar el pueblo y los estanques a la luz del atardecer.

Una vez repostado el barco y nosotros mismos, navegamos hasta el Caló de S’Oli para fondear, pasar noche, y disfrutar de las vistas del la cala con la luz que ofrecen las noches previas al plenilunio.

Nos derrumbamos a dormir, que al día siguiente navegaremos por el lado Este de la isla.

Levado ancla y rumbo tomado, el alba sólo un recuerdo aunque sin demoras ni perezas, el compresor truena y nos provee de lo necesario para respirar donde la naturaleza no nos lo permitió.

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Dejamos atrás la cala de S’Oli, a estribor Punta Sabina y las pequeñas islas que acompañan la punta de Formentera. Disfrutamos del desayuno con las espléndidas vistas de Formentera, su mar y la ilusión de las inmersiones que nos esperan.

La primera planificada, La Plataforma: Antigua piscifactoría dejada a su suerte en un mar que no concede favores, desplomada, sumergida, derelicto extraño.

Cazada a coordenada, Cristina fija el cabo a la estructura mastodóntica a 11 metros de profundidad, mientras el resto del grupo última preparativos para disfrutar de La Mariana.

La inmersión transcurre con la normalidad y relajación que aporta la planificación adecuada, el material necesario y la preparación, práctica y formación imprescindibles. -30m de máxima cota y a descompresión mínima, el buceo en La Plataforma es un paseo por un entorno alienígena, sacado de las profundidades por Giger o Lovecraft, en sus hexágonos crecían doradas porque así lo hemos leído, aunque allá abajo nos pueda ser factible que sean los restos de mampostería de una ciudad más antigua que el tiempo.

Con el espíritu del que quiere ver más, por un momento me introduzco en una sección cilíndrica en la que una escalera asegura que antaño fue vertical y de paso humano. Un congrio ha hecho su hogar entre esas paredes metálicas, pero el tiempo de encender la cámara, foco de vídeo e iniciar la grabación hace que le de tiempo de arrepentirse y no querer posar. En ese intervalo, las burbujas de mi exhalación han golpeado el techo y circulan libremente por él, desincrustando el sedimento pesado que permanecía fijado. Una visibilidad espectacular en el interior del cilindro se va tornando rápidamente en la trampa mortal que parecía desde el exterior, cables sueltos y salientes metálicos son los dientes que se cerrarían sobre el buzo descuidado. La previsión de esa situación fue acertada, por lo que un par de cuidadosos aleteos me sacan marcha atrás de ese entorno y vuelvo a estar en aguas abiertas, con mucha mejor visibilidad que la que queda en el agujero.

A la hora de escribir este artículo creo que no expresé lo suficiente la importancia de la formación en el buceo bajo techo. A lo largo de los años he visto demasiados buceadores confiados en su experiencia en aguas abiertas para adentrarse en lugares en los que, de forma inesperada, sus burbujas provocan el desprendimiento de sedimentos (aún teniendo un control exquisito). Éste es sólo uno de los peligros a los que nos enfrentamos en el interior de galerías, cuevas o pecios, más aún si son poco visitados. Pero hay más. Quizá que ni se puede imaginar sin la debida formación, habilidad y experiencia. No bucees más allá de los límites de tu formación (adecuada, no la tarjeta) y confort.

Distrayendo la vista más allá del hormigón y hierro tapizado de vida, grandes bancos de serviolas nos rodean, acompañan e investigan. En la estructura, se esconden escórporas, morenas y alguna cigarra de mar.

En las paradas antes de emerger, un lejano banco de barracudas se deja entrever, y subimos al barco con la ya acostumbrada ayuda.

Soltamos cabo, aproamos Punta Prima y dejando Formentera a estribor picamos y bebemos mientras los equipos quedan desplegados y las botellas cargando para el siguiente trabajo.

Arribamos a Punta Prima, comida y siesta para los que así lo quisieron y el resto charla amena y descanso en cubierta.

La inmersión de la tarde se desarrolla en la misma Punta Prima, poca profundidad, sin corriente, visibilidad adecuada. Una inmersión perfecta para jugar y relajarse, paisajes preciosos, flora y fauna para disfrutar. Un arco marca el punto intermedio de la inmersión y al volver, nos esperan un par de pulpos como asomados al balcón, vecinos hablando de los foráneos que pasan por su calle. Nos miran recelosos, quizá padeciendo por su jardín, pero aquí nadie toca ni mueve, y allí los dejamos mientras volvemos al mundo de la superficie.

Después de recoger el equipo, cambiarnos, descansar y tomar algo más (es imposible no estar moviendo el bigote continuamente en éste barco), bajamos a tierra. Paseo por esas magníficas playas al atardecer, mientras sale una luna llena que impregna todo de un tono azulado, contrastado con el rojo que dejó el sol al irse.

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